Conversaciones
sobre Historia del Arte: Constantinopla, una capital para Oriente
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La División de
Bibliotecas de la Universidad del Valle invita a la charla
"Conversaciones sobre historia del arte: Constantinopla, una capital
para el Oriente Próximo -Fundación, esplendor y
caída–", que se llevará a cabo este martes 10 de
junio, a las 6:15 p.m., en el Auditorio Ángel Zapata, Biblioteca
Mario Carvajal, Meléndez.
Esta charla será impartida por Carlos Esteban Mejía
Londoño, Doctor en Historia del Arte de la Università
Degli Studi di Bologna.
El 29 de mayo de 1453, Giovanni Giustiniani, jefe de las exiguas tropas
genovesas, el Bailío veneciano y Constantino XI
Paleólogo, último emperador bizantino, fueron derrotados
por un numeroso ejército turco, y la ciudad fue tomada por
Mehmet II. Constantinopla, la "Nueva Roma" fundada por Constantino El
Grande más de mil años antes, la única gran ciudad
del mundo conocido durante los siglos de las invasiones bárbaras
en Europa y de la Edad Media al Renacimiento, cayó finalmente en
poder de un imperio turco que sobreviviría por más de
quinientos años, convirtiéndola en la Estambul que ha
llegado hasta nosotros.
Quién sabe si luego de considerar al menos 22 emplazamientos
diferentes, entre los que se hallaba la colina de las nueve Troyas
-Hissarlïk- y la última de éstas, que era la de
Augusto, Constantino terminó eligiendo el antiguo poblado griego
de Byzantium, atraído más que por su valor
estratégico notable, por la extrema y casi
increíblebelleza de su emplazamiento natural con el Cuerno de
Oro a sus pies y el Bósforo, entre el final de la Europa
occidental y romana y el comienzo del Asia helenística, fabulosa
y rica, heredada desde Alejandro, y conquistada por Trajano y Adriano
para el Imperio; y, claro, sabedor de la importancia estratégica
y comercial que significaba -y que persiste hasta el día de
hoy-, del Mar Negro.
Como Roma en Occidente, Constantinopla bella y rica pero,
además, industriosa, creció hasta constituirse en un
Imperio poderoso. Una teocracia sólida por siglos, con una
verdadera metrópoli de murallas casi inexpugnables, de palacios
de ensueño e iglesias inverosímiles, un hervidero de
lenguas y razas –de un espíritu cada vez más griego
y oriental–, especialmente luego de la ortodoxia del 1054 y de su
toma por los cruzados, en 1204. Constantinopla, y lo que queda de ella
como ciudad cristiana, persiste hoy con una fuerza extraña y
poderosa en el subsuelo y en la poética de su historia profunda
y lejana, pero también en sus murallas teodosianas, en su
Hipódromo inmenso, en el acueducto de Valente y la
Basílica Cisterna, en sus puertos bizantinos desenterrados, en
el triunfo arquitectónico de La Santa Sofía y en los
hermosos ciclos musivos y murales de San Nicolás de Chora, y en
algunas otras de las tantas maravillas supérstites a su
caída dolorosa e irremediable.